Ayer asistí al funeral del padre de una compañera de trabajo; antes amiga. Conocí a ese hombre; lo recuerdo como una persona feliz; siempre sonriente; siempre amable y con una actitud que demostraba la profunda admiración y el amor incondicional que le profesaba a su hija, mi compañera, Diana. Hace poco tuvimos la oportunidad de vernos casualmente en el centro de la ciudad; en el sitio donde antiguamente él laboraba; bromeamos acerca de nuestras vidas. No pensé en ese instante, el tener que despedirlo tan pronto y para siempre…
Sucede así en nuestra historia por lo general. Sabemos el destino que nos depara; pero no nos preparamos para el mismo y por eso; cuando la realidad aparece, somos incapaces de enfrentarla o mejor, de aceptarla. El punto está en que sabiendo cuán pasajera es este estado de la experiencia humana no hacemos nada al respecto porque pensamos que todavía está lejos de nuestras vidas el que nos ocurra.
El hombre se ha confiado; ha creído que puede, incluso, interferir con las leyes de la vida. De hecho tal vez pueda postergar un poco el cumplimiento de la misma (a través de la medicina); pero en la vida todo fluye; todo está en constante cambio; todo está en permanente movimiento y con perfecto ritmo. Actuando de esa manera, el hombre sólo muestra el querer escapar de lo que le espera. Por eso sufre; por eso no entiende razones; por eso la muerte, como hemos llamado al término de la preparación humana que todo ser atraviesa para empezar su preparación divina; lo destroza. El hombre sabe que tiene que morir para vivir; pero cuando ocurre y toca su vida directamente, se deja llevar por ella y en vida también se muere. No es que no acepte la muerte; si la acepta; lo que, tal vez, le cuesta es acostumbrarse a la ausencia de ese ser querido que ya partió.
Durante los actos fúnebres se tienen muchas emociones. En estos días comprendí que no me gustaba asistir a ellos; precisamente por sentirme afectada frente al dolor y luego como un sentimiento de rechazo ante ello, dentro de mí brotó la idea de que a pesar del dolor, la vida continuaba. Después de esta experiencia me fue más fácil acompañar en la aceptación de la realidad a los familiares. Ánimo es lo que hemos de brindar. No condolencias; no pésames. Ánimo y ayudar a que los afectados comprendan, por ellos mismos, esta verdad; la verdad de que la muerte no existe como realidad. La muerte como finalización de la vida es una idea que se ha quedado por tradición en la mente y en la consciencia de la humanidad y como no conocemos exactamente qué es lo que pasa con ella, nos hiere y su dolor, lo sentimos hasta en los huesos; incluso hay quieres son incapaces de sobreponerse a ella que terminan “matándose o muriéndose de pena”. Es triste que la gente no comprenda que la vida sigue.
La vida es vida y por lo tanto la muerte también lo es, como elemento de la vida y como continuación de ella. El ciclo de la vida no es nacer- crecer- reproducirse- y morir. ¡NO! Absolutamente, no. La vida es vida y la vida no acaba con la muerte. La vida es eterna y reducir la vida a cuatro etapas es decir que la vida se puede cuantificar. Lógicamente ese es uno de los errores más grandes que podemos no cometer sino aceptar los humanos. Eso sería creer en una mentira. Tan sencillo como eso, es creer en una mentira. ¡Que sea la verdad con nosotros!
El texto bíblico lo expresa claramente: “después del pecado, viene la gracia”; “después de la oscuridad, viene la luz”; “después de la muerte, viene la vida”; “Muerte, ¿dónde está la muerte? ¿Dónde su victoria?” ¿Acaso los cristianos no esperan gozosos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro?
Decir que los muertos resucitan es decir que se ha terminado la preparación humana para la divina con la muerte y luego la preparación divina para la vida eterna con la resurrección. ¡Wow! No había pensado en esto antes. Ahora, si de las tres etapas, “la más corta” (estoy especulando) es la preparación humana que termina con lo que hemos denominado muerte y luego siguen las otras dos, entonces, entiendo perfectamente a San Pablo cuando en sus cartas expresa que “los sufrimientos de esta vida no son nada comparados con la dicha que nos espera después”; que “sólo espera el momento de partir para unirse con Cristo”. Yo también digo lo mismo. Si hay dicha después de la muerte, yo también quiero morir ya. Estoy segura de que si todos comprendiéramos esto festejaríamos como en alguna cultura oriental, la despedida de aquellos seres que queremos y que nos antecedieron a gozar de la preparación para la vida eterna. ¡Qué afortunados entonces, todos aquellos que han muerto! ¡Qué afortunados! Y nosotros de este lado, qué desdichados por no comprenderlo.
En verdad, yo soy la que escribo…
Sucede así en nuestra historia por lo general. Sabemos el destino que nos depara; pero no nos preparamos para el mismo y por eso; cuando la realidad aparece, somos incapaces de enfrentarla o mejor, de aceptarla. El punto está en que sabiendo cuán pasajera es este estado de la experiencia humana no hacemos nada al respecto porque pensamos que todavía está lejos de nuestras vidas el que nos ocurra.
El hombre se ha confiado; ha creído que puede, incluso, interferir con las leyes de la vida. De hecho tal vez pueda postergar un poco el cumplimiento de la misma (a través de la medicina); pero en la vida todo fluye; todo está en constante cambio; todo está en permanente movimiento y con perfecto ritmo. Actuando de esa manera, el hombre sólo muestra el querer escapar de lo que le espera. Por eso sufre; por eso no entiende razones; por eso la muerte, como hemos llamado al término de la preparación humana que todo ser atraviesa para empezar su preparación divina; lo destroza. El hombre sabe que tiene que morir para vivir; pero cuando ocurre y toca su vida directamente, se deja llevar por ella y en vida también se muere. No es que no acepte la muerte; si la acepta; lo que, tal vez, le cuesta es acostumbrarse a la ausencia de ese ser querido que ya partió.
Durante los actos fúnebres se tienen muchas emociones. En estos días comprendí que no me gustaba asistir a ellos; precisamente por sentirme afectada frente al dolor y luego como un sentimiento de rechazo ante ello, dentro de mí brotó la idea de que a pesar del dolor, la vida continuaba. Después de esta experiencia me fue más fácil acompañar en la aceptación de la realidad a los familiares. Ánimo es lo que hemos de brindar. No condolencias; no pésames. Ánimo y ayudar a que los afectados comprendan, por ellos mismos, esta verdad; la verdad de que la muerte no existe como realidad. La muerte como finalización de la vida es una idea que se ha quedado por tradición en la mente y en la consciencia de la humanidad y como no conocemos exactamente qué es lo que pasa con ella, nos hiere y su dolor, lo sentimos hasta en los huesos; incluso hay quieres son incapaces de sobreponerse a ella que terminan “matándose o muriéndose de pena”. Es triste que la gente no comprenda que la vida sigue.
La vida es vida y por lo tanto la muerte también lo es, como elemento de la vida y como continuación de ella. El ciclo de la vida no es nacer- crecer- reproducirse- y morir. ¡NO! Absolutamente, no. La vida es vida y la vida no acaba con la muerte. La vida es eterna y reducir la vida a cuatro etapas es decir que la vida se puede cuantificar. Lógicamente ese es uno de los errores más grandes que podemos no cometer sino aceptar los humanos. Eso sería creer en una mentira. Tan sencillo como eso, es creer en una mentira. ¡Que sea la verdad con nosotros!
El texto bíblico lo expresa claramente: “después del pecado, viene la gracia”; “después de la oscuridad, viene la luz”; “después de la muerte, viene la vida”; “Muerte, ¿dónde está la muerte? ¿Dónde su victoria?” ¿Acaso los cristianos no esperan gozosos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro?
Decir que los muertos resucitan es decir que se ha terminado la preparación humana para la divina con la muerte y luego la preparación divina para la vida eterna con la resurrección. ¡Wow! No había pensado en esto antes. Ahora, si de las tres etapas, “la más corta” (estoy especulando) es la preparación humana que termina con lo que hemos denominado muerte y luego siguen las otras dos, entonces, entiendo perfectamente a San Pablo cuando en sus cartas expresa que “los sufrimientos de esta vida no son nada comparados con la dicha que nos espera después”; que “sólo espera el momento de partir para unirse con Cristo”. Yo también digo lo mismo. Si hay dicha después de la muerte, yo también quiero morir ya. Estoy segura de que si todos comprendiéramos esto festejaríamos como en alguna cultura oriental, la despedida de aquellos seres que queremos y que nos antecedieron a gozar de la preparación para la vida eterna. ¡Qué afortunados entonces, todos aquellos que han muerto! ¡Qué afortunados! Y nosotros de este lado, qué desdichados por no comprenderlo.
En verdad, yo soy la que escribo…
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