En la mente del hombre existen grandes ideales que se expresan a través de los nobles sentimientos que alberga en su corazón.
A lo mejor no se realizan por carecer de la suficiente motivación, tiempo, espacio, relaciones, fuentes económicas o porque tal vez se consideran una utopía.
Lo que necesita entender el hombre es que las grandes ideas surgen de las pequeñeces de la vida.
La navidad es una época que todos disfrutamos porque viene acompañada de un sentimiento fraterno que nos hace estar reunidos alrededor de la familia o de los parientes más cercanos; entorno a ese sentimiento de unión se entretejen también una cantidad de gastos, a veces innecesarios, reflejados en ropa, decoraciones, regalos, viajes y cenas navideñas.
Por tener nuestra mente puesta en dichas actividades, nos olvidamos que allá fuera, está la contra parte de nuestra realidad. Como lo hacemos en navidad, a lo largo del año, somos indiferentes a ella.
¿Para qué pensar en ello? No se puede cambiar el mundo, se dirá. Pero ¿por qué no invertir una ínfima parte de nuestro dinero y hacerle un mercado al aseador, ayudar a un hogar de beneficencia? Tal vez hacer algo más osado como invertir nuestro tiempo, una tarde, visitando un hogar geriátrico o de niños abandonados. O simplemente desde el lugar donde te encuentres, enviar pensamientos y sentimientos de bienestar, de paz, de amor, de felicidad no sólo a personas sino al mundo entero, a nuestro planeta que tanto lo necesita, a la majestuosa naturaleza que nos alberga y que se ve afectada por la intervención humana.
El poder está en ti, la decisión de cambiar el mundo es tuya, tómala y comienza a actuar desde tu realidad; porque pasas a través del tiempo y la vida te reclama a gritos que necesita de ti, de tus manos, de tu voz y de tus dones para inundarlo de amor.
Decídete y hazlo ahora...
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