Repito, no podemos vivir sin Dios porque no podemos vivir sin nosotros; sería como un “suicidio”; no me equivoco al utilizar el término; si matamos la idea de Dios; nos auto-aniquilamos; es peor que si nos cortáramos las manos o los pies; es posible la vida sin ellos; incluso matar la idea de Dios es lo mismo que detener nuestro corazón.
Hablo de la “idea de Dios” precisamente porque sabemos de Dios por los otros y ese conocimiento comienza siendo una idea; una idea vaga que se va haciendo fuerte en la medida en que meditamos en ella y escuchamos más acerca de ella; luego esa idea nos invade tanto que se hace parte de nosotros y llega a unírsenos que se hace una con nosotros; en ocasiones actúa como reflejo en los momentos en que nos sentimos amenazados, bien sea debido al asecho de un peligro o en las etapas de desolación. Es ahí donde es más fuerte la necesidad y obviamente que la gracia.
Ahora, cuando conocemos la idea de Dios como “realidad viviente” es entonces cuando procuramos conocerle más y sentirle más y esa idea deja de ser un acto reflejo y se convierte en una mezcla de emociones y sentimientos: rabia y duda; angustia; ilusión, esperanza; paz; alegría; “necesidad”; etc. Digo “necesidad” porque se adhiere tanto a nosotros que deseamos alcanzarle de cualquier forma; es entonces cuando desde nuestra humanidad anhelamos hallarle y hacemos infinidad de cosas para “ver” si la sentimos: encuentros; seminarios; retiros; actividades pastorales… Muchas veces notamos que aunque hagamos y hagamos cosas, todo marcha a paso de elefante porque nos sorprendemos de actos que en nuestros principios no están y hacemos. Nos desalentamos u otras situaciones más ocurren que nos quitan la paz y no nos dejan ver la gracia, la verdad de las cosas. Con el tiempo, percibimos que estamos como la historia de “el burro que persigue inútilmente a la zanahoria”. Y comienzan las dudas; si nos quedamos allí nuestra vida y la del mundo y su historia se convierte en una tragedia; agonizamos y sólo deseamos hallar la verdad acerca de nosotros; acerca de los otros; acerca de Dios. Si vamos y vemos más allá de nuestras dudas contemplamos la vida diferente; entonces sentimos que estamos vivos; entonces estamos en espera de un gozo eterno, que es la prolongación del gozo presente y que ya no es una esperanza angustiosa sino la esperanza de la dicha futura; una esperanza que lejos de traducirse en miedo es ahora seguridad.
Una cosa es expresarlo; otra cosa muy distinta experimentarlo. Es la verdad; es la verdad de que Dios existe; está vivo y más cerca de nosotros de lo que está nuestra propia respiración; es la verdad de que su fuerza vive en nosotros y es la que nos mantiene; no es que nos llegue de afuera sino que viviendo la vida en el mundo, la descubrimos en nosotros y en ese mundo. El mismo mundo entonces, es vivido bajo su presencia en forma distinta… “Conoced la verdad y os hará libres”; “seréis transformados, por la transformación de vuestras mentes”… La vida nos trae a Dios y Dios nos lleva a la vida…
Soy yo la que escribo…
Hablo de la “idea de Dios” precisamente porque sabemos de Dios por los otros y ese conocimiento comienza siendo una idea; una idea vaga que se va haciendo fuerte en la medida en que meditamos en ella y escuchamos más acerca de ella; luego esa idea nos invade tanto que se hace parte de nosotros y llega a unírsenos que se hace una con nosotros; en ocasiones actúa como reflejo en los momentos en que nos sentimos amenazados, bien sea debido al asecho de un peligro o en las etapas de desolación. Es ahí donde es más fuerte la necesidad y obviamente que la gracia.
Ahora, cuando conocemos la idea de Dios como “realidad viviente” es entonces cuando procuramos conocerle más y sentirle más y esa idea deja de ser un acto reflejo y se convierte en una mezcla de emociones y sentimientos: rabia y duda; angustia; ilusión, esperanza; paz; alegría; “necesidad”; etc. Digo “necesidad” porque se adhiere tanto a nosotros que deseamos alcanzarle de cualquier forma; es entonces cuando desde nuestra humanidad anhelamos hallarle y hacemos infinidad de cosas para “ver” si la sentimos: encuentros; seminarios; retiros; actividades pastorales… Muchas veces notamos que aunque hagamos y hagamos cosas, todo marcha a paso de elefante porque nos sorprendemos de actos que en nuestros principios no están y hacemos. Nos desalentamos u otras situaciones más ocurren que nos quitan la paz y no nos dejan ver la gracia, la verdad de las cosas. Con el tiempo, percibimos que estamos como la historia de “el burro que persigue inútilmente a la zanahoria”. Y comienzan las dudas; si nos quedamos allí nuestra vida y la del mundo y su historia se convierte en una tragedia; agonizamos y sólo deseamos hallar la verdad acerca de nosotros; acerca de los otros; acerca de Dios. Si vamos y vemos más allá de nuestras dudas contemplamos la vida diferente; entonces sentimos que estamos vivos; entonces estamos en espera de un gozo eterno, que es la prolongación del gozo presente y que ya no es una esperanza angustiosa sino la esperanza de la dicha futura; una esperanza que lejos de traducirse en miedo es ahora seguridad.
Una cosa es expresarlo; otra cosa muy distinta experimentarlo. Es la verdad; es la verdad de que Dios existe; está vivo y más cerca de nosotros de lo que está nuestra propia respiración; es la verdad de que su fuerza vive en nosotros y es la que nos mantiene; no es que nos llegue de afuera sino que viviendo la vida en el mundo, la descubrimos en nosotros y en ese mundo. El mismo mundo entonces, es vivido bajo su presencia en forma distinta… “Conoced la verdad y os hará libres”; “seréis transformados, por la transformación de vuestras mentes”… La vida nos trae a Dios y Dios nos lleva a la vida…
Soy yo la que escribo…
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