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Y CONOCÍ EL AMOR...

Ocurrió para el mes de Mayo.
Aquí en Colombia se celebra en el segundo domingo de Mayo, el día de las madres. Exactamente, fue en esa fecha. Como para mí la vida se celebra todos los días, me levanté como de costumbre a continuar con mis lecturas espirituales. Estaba leyendo el libro de las parábolas de Kryon. Todos en casa se disponían a salir a pasar el día donde mi hermana, yo decidí quedarme.

Después que partieron, me sentí a gusto con mi soledad. Para nada tuve remordimientos por no compartir ese día en familia porque pensaba que más hacía por ellos, dedicándome a vivir la vida que realmente quería y no la que el consumismo pretendía que hiciera. Esa fue la primera señal de que me sucederían experiencias maravillosas.

Luego de darme un prolongado baño, nuevamente me senté en frente del computador para proseguir con mi estudio. No había pasado mucho tiempo cuando de pronto sentí un pequeño impacto acompañado de un aletear detrás de mí. Me giré para mirar de qué se trataba y vi a una pequeña ave intentando salir infructousamente por el cristal de la ventana. Nuevamente intentó volar a través del vidrio y estrepitosamente cayó. Entonces me levanté con rapidez para ayudarla cuando observé a nuestra mascota.

-¡Papo!- Le grité, sabiendo que era cuestión de segundos para que tomara el cuerpo del ave que mareada intentaba alzar vuelo.

No había llegado aún cerca del ave cuando el perro se me adelantó. Papo, aún no siendo un perro de caza, es un cazador experimentado, cualquier animal que trepe, repte, vuele o se arrastre está en peligro de caer en sus garras si no es precavido. Tiene una agilidad para saltar, que me sorprende.

Recuerdo una vez, cuando estábamos en la transición de comprar otra vivienda. Vivíamos en un lugar cercano a una institución educativa donde había un criadero de animales y era común ver ardillas, zorrillos, murciélagos e iguanas atravesar las paredes del patio, que entre otras cosas era bastante amplio y tenía dos árboles frutales a cada lado.

A mediodía mi hermano acostumbraba acostarse en una hamaca en el patio y de pronto le cayó una iguana en el pecho. Sobresaltado abrió los ojos y al ver al animal encima suyo, lo tiró y saltó de la hamaca. De inmediato, Papo comenzó a ladrar y a perseguirla para cazarla. Alcanzó a tomarla. Como pudo, la pobre iguana, le golpeó con su cola, salió de sus garras y corrió hacia el árbol más cercano subiendo unos cuantos centímetros encima de mi cabeza, Papo de un salto casi la logra tomar por la cola. Allí me di cuenta de cuán alto podía saltar. Nuevamente la iguana comenzó a subir y ante la mirada atónita de mi hermano y mía se perdió entre las ramas. Recuerdo haber hablado acerca de cómo se mantienen estos animales sujetos al árbol aún en ramas muy delgadas y de cómo nuestra mascota era un ágil cazador.

Todas esas imágenes de Papo atrapando animales, comenzaron a aparecer en ese momento y una angustia unida a un desespero se apoderaba de mi.

Comencé a gritarle: -¡Papo, suéltala!- sin resultado alguno, él se dirigió al patio con el ave en su boca y yo lo seguí, gritándole como loca despavorida, la misma frase. Al llegar al patio alcancé una escoba y con ella empecé a pegarle por su espalda para que la soltara. Entonces aparecieron todas lecciones de espiritualidad que había estudiado. ¡Claro! Justo en este momento en el que la vida del ave tendía de un hilo, se me venían todas esas lecciones a la cabeza. El desespero sólo me hacía pegarle una y otra vez sobre la espalda a mi perro que permanecía inmóvil unos cuantos centímetros delante mío, como si supiera que estaba a punto de presenciar una experiencia que me cambiaría mi forma cómo me relacionaba con él y en general con los animales.

Algo dentro de mí, me decía: la violencia genera más violencia. Entonces pegarle no es la solución. -YO SOY UN CREADOR-, repetía, y lo único que hacía internamente era pelear con esta afirmación. Recuerdo que me decía: Sí, claro; si soy un creador entonces ¿por qué Papo no suelta el ave y la deja continuar su vida en paz? de inmediato algo dentro de mí, me hizo caer en cuenta que el preguntarme era el mecanismo que empleaba para no tomar el control de la situación. Así que empecé a respirar lento y profundo y al hacerlo reemplacé los golpes en la espalda del perro, por caricias con la escoba. Mi tono de voz bajó y comencé casi que a suplicarle a Papo en tono quedo que la dejara en libertad.

Como si captara mi mensaje el perro se sentó, yo entonces, comencé a repetirme más calmada, bueno, yo soy un creador por el poder que Dios instauró en mi. Y en estos momentos creo la liberación del ave, de las garras de Papo. Esa pequeña voz apareció otra vez para probarme. ¿Qué me decía esta vez? Que yo no iba a crear nada sólo repitiendo como loro un par de declaraciones con buenas intenciones. Sí, que me retó. Recordé que no siempre lo que queremos es lo que necesitamos. Que existe un plan divino que muchas veces no concuerda con los planes humanos. Así que surgido desde lo más profundo de mi ser pregunté desesperada: -Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer para salvar al ave?- Me parecía injusto tener que sentirme impotente tratando de resolver mis propios enigmas en un momento en el que era cuestión de segundos para que el ave perdiera la vida en la boca de mi mascota, no sabiendo que justo era esta experiencia la que me llevaría a avanzar en mi camino.

Me rendí ante esta impotencia de no poder ayudar al ave y fue como si, al hacerlo, una nueva visión se revelara ante mis ojos. Dejé la escoba a un lado y comencé a acariciar al perro con mis manos. Me acerqué justo detrás de su cabeza y pude mirar al pájaro a los ojos porque su cuerpo era lo que él tenía entre sus dientes. Parpadeó tranquilo y esa paz me conmovió mucho más. ¿Cómo podía estar tranquilo si estaba a punto de morir? Esa pregunta hizo que me rindiera aún más. Entonces, dejé a un lado el miedo de que el perro me mordiera. Como muchos de nuestros miedos, era un miedo sin fundamento porque ¿cómo podía morderme Papo si tenía la boca ocupada con el animal? Jajaja. Dejé de lado esa idea y volví a ver al ave. Nuevamente parpadeó tranquila y al hacerlo pude ver que la sangre ya estaba alcanzando su pequeña cabeza. Esa era la señal que esperaba porque de inmediato, supe lo que tenía que hacer y lo hice.

Temerosa sujeté con mis manos la garganta de Papo y comencé a presionarla. No pasó mucho tiempo cuando hizo un esfuerzo como para vomitar y dejó en libertad al ave. Yo dejé de hacer presión, pero no lo solté hasta que al pájaro perderse por encima del techo, por temor a que saltara y la atrapara nuevamente. Entonces, una inmensa sonrisa se apoderó de mi rostro. La angustia había cesado y un hermoso sentimiento me inundó. Le sobé la cabeza a mi perro y le dije: -Buen perrito. Ven conmigo.- Me dirigí a la puerta de entrada al patio. Me sentía plena. Como si el universo, todo, estuviese contenido dentro de mí. Me sentía viva, llena, satisfecha, rodeada de un sentimiento de gratitud que me expandía. Me giré para mirar el lugar de la escena. Allí estaba Papo olfateando lo único que quedó del ave: Una alita que se le había desprendido al volar hacia su libertad. Lágrimas de alegría recorrían mis mejillas. Sonreí, llena de amor y me dirigí a la silla para continuar leyendo. Pero, aún esta experiencia no había terminado allí.

Leí como media página; la felicidad que me embargaba era tal, que no me permitía tomar ninguna de las ideas consignadas en el e-book. A estas alturas, ya sabía que resistirse no era el camino; así que decidí tomar unos momentos para seguir disfrutando de este estado de plenitud en el que me hallaba. Y allí fue cuando apareció un pajarito tricolor, estaba fascinado viéndome; al sentir su presencia, yo lo miré fijamente y me quedé extasiada con él por unos instantes. Comencé a hacerme consciente de mi respiración. Ya había observado lo suficiente a las aves que se posaban alrededor de la misma ventana por la que intentaba salir "la tierrelita" como se conoce aquí en la ciudad al ave de la experiencia, como para saber que ellas mueven de un lado para otro la cabeza y luego como queriendo agudizar su visión se quedan viendo de perfil el objeto que observan. Ese mismo movimiento hizo conmigo el pajarillo de colores negro, blanco y amarillo. Y después de un momento, me trinó. Lo sentí como un agradecimiento al gesto que acababa de tener con su amiguito. Nuevamente mi intelecto comenzó a funcionar y le dije: -Todo resultaría aún más fantástico si te pudiera entender.- Y como si me respondiera, volvió a trinar para mí y salió volando en dirección sur.

Desde ese día supe que algo en mí había cambiado. La forma en que me había relacionado con Papo, cambiaría. De hecho así ha sido. Antes no lo había sentido como mío, ni como mi responsabilidad porque "era el perro que mi hermano había traído a la casa"; nunca antes se me había ocurrido bañarlo, mucho menos desparasitarlo; era indiferente a si sentía frío, calor, miedo o hambre. Ahora existe más respeto por su vida, ahora le hablo como lo hago con cualquier otro ser humano. Al principio mi hija me veía hablarle así y me decía que me estaba volviendo loca; pero después de explicarle que merecen el mismo respeto que cualquier otro ser vivo, y que más que nuestras mascotas, son lectores, receptores y conservadores de nuestro equilibrio energético ya no tanto, aunque no deja de parecerle risible que le hable como si me entendiera (de hecho, me entiende) A veces lo acaricio y cuando llega la hora de dormir, estoy pendiente de que tenga suficiente agua para que pase la noche. Le atemorizan los truenos, así que cuando llueve en la madrugada, estoy pendiente de levantarme y darle un poco de tranquilidad trayéndolo de vuelta al interior de la casa. Aunque a veces le alzo la voz, rara vez le grito como pude haberlo hecho en el pasado para que obedeciera. Y cuando se muestra juguetón algunas veces le doy gusto. Sí, la experiencia con las aves y con el perro, me dieron un lindo obsequio el día de las madres; un regalo que me acercó más a la vida y conocí el amor de una manera en que no recuerdo haberlo experimentado nunca.

Sabía que en algún momento iba a compartir esta experiencia, quería encontrar las palabras adecuadas para que fuese un escrito grandioso, mágico como lo fue aquella experiencia; hoy ya sé que era mi ego funcionando, ya no importa. Hoy que la estoy compartiendo me encuentro físicamente disminuida por un fuerte estado gripal; pero al igual que el pajarito de mi experiencia, estoy tranquila. Ahora que lo escribo, sé que esa tranquilidad que sentía era porque sabía que iba a morir y se rindió ante la vida y la vida le devolvió su vida. No estoy queriendo decir que la vida me devuelva mi estabilidad física, no. Es sólo que siento que todo esto es pasajero y que la abundancia de Todo lo que Es, me circunda tanto que no puede haber cabida para que sienta escasez aunque sea lo que esté experimentando ahora, no sólo en el área de la salud. Estoy tranquila y tal vez esa tranquilidad sí me va a conducir a encontrar muchas soluciones, de la misma forma en la que aparecieron todas aquellas que me hicieron sentir como una verdadera creadora. No desde el intelecto, no desde la información que poseo, sino desde la convicción de que todo se da para mí, en la medida en que me dejo guiar por mi propia voz, que es la forma en la que mi divinidad se relaciona conmigo cuando realmente se lo permito...

Y conocí el amor y el amor expandió mi ser a plenitud. Sí, lo sentí en aquel entonces; y aún así, lo siento hoy.

Soy yo quien escribo...


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