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ME RENDÍ ANTE LA VIDA.
PARTE II...

La crisis aparentemente había pasado; a pesar de ello, mi cuerpo aún se sentía expuesto.

Toda esta vivencia había hecho que vislumbrara esos pequeñísimos detalles, que la mayor parte del tiempo pasan desapercibidos. No puedo negar que mientras estaba a un paso de debatirme entre la vida y la muerte, muchos aspectos llegaron a mi. El amor que siento por mi hija se hizo evidente, al igual que el apoyo de esos seres de luz que normalmente me acompañan. No estaba sola en ese mundo de consciencia. Había experimentado la unidad y eso me permitiría estar en paz. Mi vida se reflejaba como escenas de una película y segundo a segundo, aumentaba la sensibilidad hacia mi propia humanidad. Fue esa sensibilidad la que me condujo a preguntar qué me había hecho llegar a hasta este punto; es decir, de qué manera estaba reteniendo cosas que no sabía cómo expresar que me estaban llevando a tener una experiencia como esa para sacudirme; sí, fue esa sensibilidad la que me hizo aceptar lo que muchas veces había negado a causa de mi ego en lo que se refiere al equilibrio corporal: estoy avanzando; pero aún me falta camino por recorrer porque todavía tengo muchas heridas que necesitan ser aceptadas y sanadas...

El taxi comenzaría su marcha. Una vez en él, mi hermano haría una pregunta que sacaría a la luz muchos de mis miedos. El vehículo se detendría en la esquina a causa del semáforo y esa señal en rojo, a lo largo del trayecto hacia la clínica, me recordaría que la confianza era el tema que impulsaría ese día.

-¿A dónde te llevo? ¿En qué clínica atienden sus emergencias?- Me dijo.

Las veces que he tenido cuadros clínicos que no dan espera al largo proceso de solicitar una cita por consulta externa; pero que no son emergencias como tales, me dirijo a una de las clínicas adscrita a la Entidad Promotora de Salud en la que estoy que queda distante de mi lugar de residencia. Como lo que presentaba físicamente en ese momento sí era una urgencia, le dije que me llevara a la que me quedaba cerca. A esa misma clínica donde trabaja mi hermana en turnos nocturnos y los domingos en el día. A esa misma clínica a la que le tenía fobia porque mucha gente cercana, incluida mi mamá, ingresaban con una condición y terminaban o con neumonía o muertos por neumonía producto del contagio de una bacteria reinante en ella. Sin embargo, por alguna razón, le dije que me llevara allí.

El conductor manejaría sin prisa y tomaría el camino más largo. Yo estaba tranquila, pero en la memoria de mi cuerpo quedaría aquel suceso porque cada vez que tosía y se cerraban y abrían de inmediato los músculos de la garganta, él quedaba haciendo ruidos fuertes y seguidos hasta que recobraba el ritmo respiratorio.

Al llegar a la clínica, otro aspecto saldría a flote: exponer a mi cuerpo a los fármacos a los que considero una de las más grandes mentiras con las que convivimos para seguir escondiéndonos; para no hacernos responsables de nosotros mismos. Pero bueno, ya había tenido muchas señales que me indicaban cuál era la lección a recordar ese día. Así que recibirlos era algo a lo que no me opondría esta vez.

Solicitar un turno en la entrada para ser atendida en el triage por una enfermera; luego hacer el ingreso y por último esperar a que el médico de turno lo llame, es el proceso en una urgencia. ¡Qué tal! Y como siempre la clínica estaba llena. A pesar de que pedí el turno del triage, mi hermano que venía detrás mío, le dijo algo al vigilante y éste me hizo pasar a la zona de atención médica. Mientras a mí, la tos y los bronco espasmos no me daban tregua. Mi hermano se quedaría en la entrada haciendo el ingreso. Había mucha actividad en ese momento en la clínica; médicos, enfermeras, personal auxiliar y pacientes iban de un lado para otro y yo me preguntaba si era que me había vuelto invisible o qué porque al parecer nadie se había percatado de mi presencia allí.

Encontré un lugar para sentarme y descansé por un momento; pero mi cuadro era tan recurrente que me obligó a levantar. Al lado mío, se encontraba una señora y volviendo la mirada hacia ella, como pude le dije que si veía que empeoraba mi condición, que por favor llamara a un médico. A lo lejos, vi a mi hermano que hablaba por celular e ingresaba a la zona de atención médica; en ese instante me llamaron y él de inmediato le pasó el celular al médico que me atendería. Era mi hermana haciéndole saber que ella era médico de piso allí y que le recomendaba mi atención dado nuestro parentesco. Lo que valen las relaciones.

Me dirigí hacia donde estaban ellos. Al llegar, ya el médico había terminado de conversar con mi hermana. Como la clínica estaba llena, no había consultorio donde atenderme; así, que en el mismo pasillo me preguntó lo que tenía; no me dejó responderle y me pidió que lo acompañara. Al final del corredor, encontró un consultorio que tenía un paciente que aguardaba por su médico. Me pidió que me sentara en la camilla y nuevamente me preguntó qué me pasaba. Cuando intenté contestarle, una enfermera llegó donde nos encontrábamos diciendo que lo andaba buscando y que no le permitían hacer el ingreso al paciente que llevaba a cuidados intensivos si él no la acompañaba porque el protocolo decía que tenía que ir con el médico que lo remitía. Así que, sin saber lo que me pasaba, se fue hasta el otro consultorio y le pidió el favor a otro médico que me atendiera que yo era familiar de un médico de piso. ¡Qué maravilla!

El médico se fue y yo continuaría con mis bronco espasmos intermitentes. El otro médico llegó, se quitó el fonendo, hizo la pregunta pertinente y cuando le dije que no podía respirar, me puso el fonendo por dos segundos a lo sumo y dijo que sí que me iba a mandar unas terapias respiratorias porque estaba bastante apretada, se dio media vuelta y le dijo a la enfermera que me atendiera. La verdad, estaba tan tranquila que yo no iba a discutirle nada. Además, no tenía ni voz, ni condiciones físicas para decirle que yo no presentaba ningún cuadro respiratorio que ameritara una terapia. Así que decidí seguirle la corriente.

Sin embargo, a la enfermera le pregunté el por qué de la terapia si por lo que había ingresado a la clínica era porque se me habían cerrado los músculos de la garganta y no podía respirar; a lo que la enfermera respondió que no sabía, pero que si el médico determinó las terapias era porque así lo requería. Me hicieron la primera terapia. Tuve oportunidad de contarle a mi hermano cómo había ocurrido todo. Salió por un momento a recargar el celular para llamar a mis familiares e informarles que la crisis había pasado; que estaba de cuidado y que me estaban atendiendo. La paciente que se encontraba a mi lado me dijo que ya me había cambiado el color porque cuando llegué "parecía un papel de lo blanca" que estaba. Ella había escuchado la conversación que sostuve con mi hermano. Luego, me dirigí fuera del área de terapias. El médico me vió a través del reflejo del vidrio de la puerta y me dijo que eran tres terapias; que esperara allá a la enfermera. Cuando me disponía a ingresar nuevamente a la zona de terapias mi hermano entró corriendo y me dijo que me estaban llamando en el Consultorio 4. ¡Extraño ser llamado dos veces por médicos diferentes! Porque cada vez que se hace un ingreso, el sistema automáticamente remite el código de dicho ingreso al código de un médico. Pero, ese tipo de pequeñeces dicen más que mil palabras. Y a esas alturas, yo ya sabía de qué se trataba todo. Así que nuevamente, me rendí ante la vida...


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