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ME RENDÍ ANTE LA VIDA.
PARTE I...

Sucedió mientras tomaba un descanso al caer la tarde.
La noche anterior me había comenzado un leve dolor en la garganta; pero eso no fue impedimento para departir un reencuentro, en un prestigioso hotel de la ciudad, con algunos de los compañeros con los que inicié mi carrera universitaria. Por lo general, cuando salgo a divertirme evito trasnochar; me gusta llegar temprano a casa; pero esta vez, la ocasión lo ameritaba; hacía más de diez años que no veía a mis compañeros de la U; así que regresé a casa alrededor de las 2.00 am. No tenía sueño; por lo que me dispuse a revisar, organizar y subir las fotos de la velada a una de las redes sociales en las que estoy. Mientras me ocupaba en ello, amaneció.

Alrededor de las 5.30 am, intenté conciliar el sueño; dormí por espacio de dos horas aproximadamente y me levanté a desayunar. Siempre me ocurre que cuando salgo de mis esquemas nocturnos, al día siguiente paso la mañana cansada y sin poder dormir y sólo hasta después de mediodía puedo conciliar el sueño. Ese día estuvo lleno de actividad. Mi hermano partiría a la ciudad donde vive y se iría de compras por la mañana dejando a mi hija a cargo de su bebé; mi hija saldría a hacer una vuelta al banco y yo a hacer un cambio de equipo celular porque el que tenía le estaba molestando la batería (ahora que transcribo, caigo en cuenta de este pequeño detalle)

Luego de hacer la diligencia, regresé a casa al filo de la 1.30 pm, almorcé y de inmediato me recosté; pasados unos cuantos minutos, me cayó una piquiña en la garganta que terminó en tos; tomé algunos sorbos de agua para hidratarla. Me calmé por un rato. Continué intentando caer en los brazos de Morfeo. Nuevamente apareció la tos y volví a hidratarme; pero seguí con esa piquiña fastidiosa que no me dejó descansar. Seguí tosiendo y supe que lo que tenía en el estómago se me devolvería. De inmediato, me levanté, fui al baño y estuve allí, hasta que el vómito apareció y me calmó la tos. Encontré miel de abejas en la cocina y tomé dos cucharadas soperas. Volví a tomar agua y nuevamente me recosté. Dormiría algo más de diez minutos, a lo sumo.

Serían más o menos las 3.45 pm cuando mi hermano comenzó a despedirse. Así que todos en casa nos fuimos con él hasta el carro que aguardaba en la puerta para llevarlo a la terminal de transporte. Mi mamá en compañía de mi hermano especial, lo acompañarían hasta ese lugar. Ella, que de por sí es nerviosa, lo estaba aún más porque mi hermano no habían encontrado tiquetes aéreos económicos para ese día, así que por eso, él, su esposa y la bebé se irían vía terrestre en un viaje que duraría alrededor de 17 horas porque, por cuestiones laborales, necesitaban estar en su lugar de residencia antes de que iniciara la semana.

Después de despedirlo, ya mi cuerpo me pedía descansar. Así que más o menos como a las 4.00 pm, volví a mi cuarto dispuesta a dormir el resto del día, si hubiese sido necesario; pero mi malestar me mantuvo intercalando el sueño con sorbos de agua, miel y un producto natural a base de aloe para calmar el dolor de garganta cuando la piquiña y la tos aparecían.

Fue en uno de esos sueños intermitentes cuando me ocurrió.
Descansaba plácidamente; apareció la piquiña en la garganta acompañada de la tos; por un momento pensé que era otro picor más, así que medio sonámbula levanté la cabeza para alcanzar la botellita con agua que tenía cerca a la cama. El agua no fue suficiente, seguí tosiendo. Estaba tranquila porque suponía que ese estado en el que me encontraba era producto del efecto de una descarga emocional que justo el día anterior por la mañana, había tenido a través de una terapia en la playa. Cuán equivocada estaba. Tosía y tosía sin poder recuperarme; así que me levanté de la cama para darle gusto a la tos. En el instante justo en el que iba a iniciar el movimiento de toser otra vez, se me cerraron los músculos de la garganta. Intenté afanosamente, sacar el aire aprisionado sin poder hacerlo. Hice un gesto involuntario de querer vomitar y nada cambió. Supe que estaba en problemas.

A partir de allí, mis fuerzas se centraron en recuperar mi ritmo respiratorio. Un mundo de consciencia se apoderó de mi. Comencé a observar cómo inútilmente mi cuerpo luchaba por equilibrarse ejerciendo doble presión, de abajo hacia arriba para expulsar el aire contenido, cada vez con más ahínco y de afuera hacia adentro tratando de hacerlo ingresar. Comencé a hacer ruidos muy fuertes, como esos que hacen las personas asmáticas. Descalza, con el jeans desajustado y un tanto despeinada salí de la habitación, recorriendo la sala que da al patio, la cocina y el corredor hasta llegar al comedor donde se encontraba mi cuñada con mi sobrina. Asombrada me preguntó:

-¿Qué tienes?
- Me estoy asfixiando.- Le respondí entre susurros.

Viendo mi agonía llamó a mi hermano y a mi hija, que se encontraban en cuartos separados. Me incliné doblando el cuerpo hacia abajo para ver si así lograba que el aire se desatoraba; ella supuso que me había tragado algo y me daba golpecitos en la espalda. Seguía empeorando; los ruidos cada vez se sentían más profundos y espaciados. Estaba cambiando de color. Volví a recuperar mi posición, como pude moví los labios para decirles:

-Llévenme a la clínica.
Mi hermano le dijo a mi hija:
-Busca los papeles de tu mamá.
-¿Cuáles?- le respondió ella.
-El carnet y la cédula. Le contestó él.
-La cédula... en la cartera... les dije moviendo nuevamente los labios.
-Ves a buscar un taxi. Le dijo mi cuñada a mi hermano.

Mi hermano se disponía a bañarse antes de que mi cuñada le llamara, estaba en bermuda y descalzo; así salió a buscar el taxi. Vivo en frente de un boulevard que desemboca en una de las arterias vehiculares de la ciudad; por lo general, hay un flujo continuo de automotores por aquí; más en las horas pico. En ese momento, no pasaba ninguno; así que mi hermano se tuvo que dirigir a la esquina, donde se encuentra la arteria vehicular. Mientras, caminé en dirección a la terraza y me sostuve en la reja. Suplicaba un aliento para aferrarme a la vida.

-¿Así es que me voy a morir? ¿de esta forma? ¿me quiero ir agonizando?- Me preguntó una voz en mi interior.
-¡Nooooooooo! si me he de morir he hacerlo sin angustias; si he de morir, he de hacerlo en paz.- Le respondí con vehemencia.
-¿Dónde están tus amigos especiales? - Burlescamente preguntó otra vez.

Esa pregunta me llevó más hacia dentro de mi. Los busqué y los sentí. Supe que ellos no iban a intervenir. Me dejarían hacer lo que me correspondería y estarían allí para apoyarme. Así que eso fue lo que le contesté a la voz:

-Apoyándome, ¿acaso no lo puedes ver?

Fuera de mí, la desesperación reinaba, los nervios se les habían alterado a todos y yo que sentía los minutos eternos lo observaba todo. Es sorprendente darse cuenta en una situación como esa, cuánta vida se pierde, cuando por cuestiones humanas, uno vive dormido.

- Los zapatos- le dije a mi cuñada y a mi hija.

Mi hija fue en su búsqueda y yo al ver que se me iban las fuerzas, me senté con cuidado en el piso, porque no quería más dramas si por culpa de un desmayo me podía causar una herida en alguna parte de mi cuerpo.

Aún sujeta a la reja cerré los ojos, noté que estaba sudando mucho, era cuestión de segundos para que se me acabara el aire y no supiera más de mi. Así que me dije que mientras estuviese consciente, permanecería en paz. Mi hija me trajo unas pantuflas de casa. En ese momento pensaba que desarreglada estaba teniendo un encuentro cercano con la muerte. El mundo pareció detenerse. Ella gritaba: ¡Mami! ¡Mami! ¡Mami! al ver que yo tenía la mirada perdida como si lentamente estuviera partiendo. Mi sobrinita estaba atenta observándolo todo. Abrí los ojos por un momento; mi hermano aún no venía con el carro. Cerré los ojos otra vez y recordé la escena de el perro y el ave. Ya sabía qué hacer. Y eso hice: dejé de luchar; ME RENDÍ ANTE LA VIDA, dejé de querer tener el control; solté la idea y la necesidad de aferrarme a un aliento para vivir.

Fui consciente, de que no sólo soy mi cuerpo, de que existo en otras dimensiones,de que no estaba sola y me sentí feliz por ello. Ese sentimiento de felicidad y de tranquilidad que me embargaba, me hizo centrar la atención en mi cuerpo al que vi desde otra perspectiva; ya no desde la angustia que me producía el no poder respirar sino desde la certeza de saber que si dejaba de funcionar, yo seguiría existiendo; desde la certeza de comprender entonces que yo soy la única responsable de mi. Si, YO Y TODO LO QUE YO SOY tenemos el control de todo en mí, hasta para cederlo.

Mi cuñada y mi hija seguían gritando afanosamente, yo no pude ver sus ojos, más sus gritos eran gritos de impotencia. En ese observar de mi cuerpo, poco a poco los músculos de la garganta se fueron aflojando; comenzó a salir el aire y empecé a respirar con normalidad. Al tiempo de tomar consciencia de mi cuerpo algunas ideas salieron flotando de la mente: la muerte no da tregua, llega sin avisar; tienes que estar vivo para morirte. Ah, pero todo fue distinto. Esa calma que tenía, ningunas ideas me la iban a quitar. Jajaja.

Mi hermano por fin encontró un taxi y le hizo llegar en reversa hasta la casa. Apresuradamente se fue a calzar. Abrí los ojos cuando le oí. Me levanté, caminé hacia el carro despacio acompañada de mi hija, mi cuñada y mi sobrinita. Ellas tres se quedarían en casa y yo me iría para la clínica con mi hermano. Pero, el amor; el amor seguiría haciendo de las suyas ese día...


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